sábado, 29 de diciembre de 2018


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Ian Kevin Curtis (Manchester, 1956 – Macclesfield, 1980)


Compositor y cantante del grupo Joy Division. La epilepsia, el carácter depresivo, sus letras sombrías y el suicidio como final, siendo todavía jovencísimo, han hecho de este “poeta maldito” un icono cultural en la historia del Rok.




Caminas en silencio.
No te vayas, en silencio.
Mira el peligro,
siempre peligro.
Conversaciones sin fín.
La vida comenzando de nuevo.
No te vayas.

Caminas en silencio.
No te apartes, en silencio.
Tu confusión,
mi ilusión,
vestida como una máscara de odio hacia tí mismo,
te hace frente, y luego se muere.
No te vayas.

La gente como tú lo encuentra fácil.
No lo pueden ver.
Caminando por el aire.
Cazando cerca de los ríos.
A través de las calles.
Esquinas abandonadas demasiado deprisa,
con la debida sutileza.
No te vayas en silencio.
No te vayas.

Ian Curtis

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Cuando la rutina aprieta,
y las ambiciones están por los suelos,
y el resentimiento cabalga fuerte,
las emociones no crecen.
Y al cambiar nuestros caminos,
tomando carreteras diferentes
el amor, el amor nos destrozará otra vez.

¿Por qué la cama está tan fría
en el lado en el que tú estás?
¿Soy yo el que no está a la altura?
¿Hemos perdido el respeto mutuo?
Todavía queda algo de atracción,
que hemos mantenido a lo largo de nuestras vidas.
Amor. El amor nos destrozará otra vez.

¿Gritas todos mis errores
cuando estás durmiendo?
Tengo un sabor en la boca.
Mientras la desesperación aguanta.
¿Es eso algo bueno?
¿No podrá funcionar nunca más?
Cuando el amor,… el amor nos destrozará otra vez.

Ian Curtis

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lunes, 24 de diciembre de 2018


Por qué aún no me detienes

Por qué aún no me detienes, sombra
callada la borde de esta hora.
Mi curva es tan pequeña,
tan corto el aire que a mi paso quiebro.
Tan solo el esqueleto
que en lenta marcha se acomoda al suelo,
Sería ten sencillo
dejarme resbalar por la pendiente
del polvo de tus eras,
dejarme descansar donde los templos
de siglos acumulan
pasiones que ya fueron.
De mi prisión quisiera
sacarme, destruir la permanencia
sin nombre que bascula.
Perdí la llave, se olvidó la muerte
de colocar en mí su cerradura.

Ana Francisca Abarca de Bolea

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martes, 18 de diciembre de 2018


Capítulo 109 de Rayuela

Según Morelli (escritor a quien admiran los personajes de Rayuela y alter ego de Cortázar),  la vida de los personajes no es más que un álbum de fotografías de instantes fijos, congelados. No el devenir que pasa ante nuestros ojos, no el paso del ayer al hoy.
Para conocer a los personajes, el autor presenta momentos aislados; ‘una espalda, una mano apoyada en una puerta, el final de un paseo, una boca que se abre para gritar…’ Deberá ser el lector quien se aventure a participar en el destino de esos personajes, quien haga que ese álbum de instantáneas se convierta en cine.
El lector activo (no el lector-hembra) colaborará activamente con el autor en el montaje de la película. Los puentes entre las instantáneas de esos personajes deberá presumirlos o inventarlos el lector, pero sin llegar a la acomodación en el tiempo y en el espacio que le gustaría al espectador-hembra.

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jueves, 13 de diciembre de 2018


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Eva Vaz (Huelva, 1972)

Licenciada en Filosofía, ha experimentado en los campos de la gimnasia rítmica, del teatro y del periodismo, narradora y poeta.
Entre sus obras, “Elegía a una sombra”, “Ahora que los monos se comen a las palomas”, “La otra mujer”, “metástasis” y “Cuaderno de Isla y leña”.


Donde habita el olvido

La abuela se fue muriendo
de olvido.
Se olvidó de sobrevivir.
Y a su corazón se le olvidó
seguir latiendo
después del último latido.

A la abuela se le fue olvidando
el significado de las palabras
y hasta su propia voz olvidó
de qué forma salir.
Olvidó que eran sus lágrimas
 O cómo abrir sus ojos transparentes.
Se le olvidó el dolor que duele
el dolor
o dar un paso tras el último
paso dado.

Las cortezas de su cerebro
se hicieron blandas e inútiles.


Al principio, cuando aún
se acordaba de andar,
de cagarse encima
o llorar,
la abuela nos hacía mucho
daño sin querer.
En las retinas lo guardo todo.

Mi madre, su hija, su madre,
murió antes que ella.
Y nos dejó huérfanos a todos.
Y a ella.
Pero mi madre,
se  moría un poco,
cada vez que la reñía
por beberse una botella de lejía
o desnudarse en la calle
como un bebé vagabundo.

Y la abuela, la que tanto miedo
le hizo en vida,
y tanto añoro,
la de la vida convulsa de hambres,
niños muertos,
e hijos enfermos,
la de las palizas del abuelo
que murió de un calambre
por alcohólico, fascista o pobre loco.
Se fue muriendo en aquel sitio
al que nunca tuve el valor de ir.


Y sé que la abuela murió
de olvido
pero no olvidada.
Que sus huesos se plegaron
en posición fetal
como un recién nacido famélico
y listo para morir.

Hasta que se le olvidó de respirar
después de la última respiración.

Y ese día todos respiramos.

Para seguir respirando…

Eva Vaz

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Los amantes inadecuados

Mis amantes nunca
fueron hermosos.
Delgados, de venas exclamantes,
esculpidos en hueso,
dramáticos, tiernamente trágicos
hasta la risa.

Mis amantes eran difíciles
se resistían salvajemente
para luego entregarse,
resignados e imposibles
con la soberbia domesticada,
la cabeza baja
mirando mi sexo,
destruidos por el deseo.,
más poderoso que el espíritu.
Tristes.

Ninguno me dobló,
hasta que el mismo demonio
abrió mis hojas débiles
y entró
para no salir.

Me hizo fanática
de su sexo,
me desvió la lujuria
hacia el mismo centro de su boca,
centró la sorpresa
en sus pasos arrastrados;
el placer, en el sonido
de su voz categórica
en la gravidez de sus ojos.
Me acostumbró a sus costumbres,
me creó la necesidad de necesitarlo,
y por fin se ofreció a suministrarme
la dosis de sí mismo de la que
me hizo depender.

Luego me instaló
un tumor benigno
en el útero.


Y ahora todo es diferente,
todo es diferente.
Y ya no estoy
sola.

Eva Vaz

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La falda

Era una tela naranja
con florecitas verdes.
Se parecía mucho al paño
de nuestra mesa de camilla.

Un metro cuadrado de tela:
hay que hacerle
una bastilla pequeña
para meter el elástico.

Yo le puse unas bolitas de colores
y unas plumas
que te dije que me había regalado
una de las palomas que
saludamos cuando abrimos las
persianas cada mañana.
La que no se comió el mono.

A las 13:30 estaba lista
la faldita
y mi proyecto y el presupuesto,
y las inyecciones para el dolor.
Pensé que era larga
pero non estaba muy segura.
Creces muy rápido.

A ti te pareció
la falda de una princesa
y la llevabas así de linda.

Cuando te miré por la ventana,
a las 16:30,
y cuando las vi, comencé a
llorar.

Las demás niñas llevaban
la misma tela.
Pero era un vestido,
como el de una reina.

Yo lloraba
mientras tú jugabas con
los demás niños.
Y aplaudías cuando
te lo decía la seño.
y cuando aplaudías,
yo lloraba.

A las 20h. Yo presentaba
mi libro
sin presentador.
Y comencé a llorar
ante el abuelo.

El abuelo no merecía escuchar
este poema.
Ni tú merecías llevar esa falda
tan larga.

Pero erais felices
como “ciempiés”
mientras yo seguía
llorando
mi perfección.

Me ha sobrado un poco
de tela,
mi vida.

Te haré una falda
preciosa
para el verano.

Eva Vaz

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